preparado por los asociados eudistas de Norteamérica
Ante desafíos sin precedentes -cambio climático, desigualdad, conflictos-, reconocer la acción benévola de la Divina Misericordia nos invita a superar la desesperación y a participar, cada uno a su manera, en la obra del bien.
En un mundo marcado por la incertidumbre, las crisis ambientales y las tensiones humanas, es esencial volverse hacia la verdadera fuente de esperanza:
La divina Misericordia es una perfección que contempla las miserias de la criatura, para aliviarlas e incluso para liberarla.
– San Juan Eudes, Corazón Admirable (t.7) (1681)
Esta perfección de Dios abarca toda su creación, actuando en las obras de la naturaleza, de la gracia y de la gloria. A través de ella, el universo, sacado de la nada, encuentra su orden y equilibrio, el alma herida recibe consuelo y la humanidad mantiene la esperanza de un futuro sostenido por la sabiduría divina.
Esta oración está inspirada en una conferencia del Padre Rénald Hébert, cjm., sobre San Juan Eudes y la Misericordia.
Un doctor de la Ley se levantó y, para poner a prueba a Jesús, le preguntó: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
Jesús le dijo: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lo lees?”
Él respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”
Jesús le dijo: “Has respondido bien; haz esto y vivirás.”
Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”
Jesús respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto.
Por casualidad, bajaba por aquel camino un sacerdote; lo vio y pasó de largo. De igual manera, un levita llegó a aquel lugar, lo vio y pasó de largo.
Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, lo vio y tuvo compasión. Se acercó, curó sus heridas vertiendo en ellas aceite y vino, y luego lo puso sobre su propia montura, lo llevó a una posada y cuidó de él.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciéndole: ‘Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré cuando vuelva.’
¿Cuál de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”
Él respondió: “El que tuvo misericordia de él.”
Jesús le dijo: “Ve y haz tú lo mismo.”
La divina Misericordia es una perfección que contempla las miserias de la criatura, para aliviarla e incluso liberarla, cuando es conveniente, según los designios de la divina Providencia, que hace todas las cosas con número, peso y medida.
Esta adorable Misericordia se extiende, al igual que la Bondad, sobre todas las obras de Dios: […] sobre las obras de la naturaleza, sobre las obras de la gracia y sobre las obras de la gloria.
Sobre las obras de la naturaleza, en cuanto que ha sacado de la nada todas las cosas que están contenidas en el orden natural, las cuales, desde toda la eternidad, estaban en la nada.
Sobre las obras de la gracia, en cuanto que, habiendo caído el hombre en el pecado, […] la divina Misericordia no solo lo ha rescatado, sino que lo ha restablecido en un estado de gracia tan noble y tan divino, […], que lo ha hecho miembro de Jesucristo y […] hijo de Dios, y por lo tanto heredero de Dios y coheredero del Hijo único de Dios.
Sobre las obras de la gloria, porque, no contenta con haber elevado al hombre al estado sobrenatural y sumamente sublime de la gracia cristiana, por la cual es hecho partícipe de la naturaleza divina, ha querido […] exaltarlo hasta el cielo, hasta el trono de Dios, hasta la participación de su gloria inmortal, y hasta el gozo de su felicidad eterna y de todos los bienes que Él posee.
Así, todas las cosas que existen en el orden de la naturaleza, en el orden de la gracia y en el orden de la gloria, son efectos de la divina Misericordia. De tal manera que se puede decir con verdad que no solo la tierra está llena de la misericordia del Señor: […] sino que el cielo, la tierra y todo el universo están llenos de ella; e incluso se encuentra en el infierno, puesto que los condenados, según santo Tomás y otros teólogos, no son castigados tanto como lo han merecido, lo que es un efecto de la divina Misericordia que se extiende sobre todas las obras de Dios.
Visión de San Juan Eudes en el techo del coro de la iglesia de Sainte-Amélie,
Baie-Comeau, Quebec - Photo : Jean Beauchemin
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