Los Asociados de Attoban, de la Provincia de África, se complacen en saludarles fraternalmente y darles la bienvenida con estas palabras de san Juan Eudes, extraídas de los Diálogos interiores, en el marco de la oración compartida del mes de abril de 2025.
En armonía con el tiempo pascual que se aproxima, hemos elegido la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos (6, 3b-11), junto con un texto de san Juan Eudes sobre el Bautismo, la Muerte y la Resurrección, con el fin de alimentar nuestra fe y profundizar en la espiritualidad de nuestro fundador. La Pascua, cuyo significado etimológico es «paso», representa así el paso de la muerte a la vida.
¿No sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Pues, si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya.
Sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, para que fuera destruido el cuerpo del pecado y cesáramos de servir al pecado.
Porque quien ha muerto ha quedado libre del pecado.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él.
Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.
Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre, y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros: consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Estribillo:
Recuerda a Jesucristo, resucitado de entre los muertos.
Él es nuestra salvación, nuestra gloria eterna.
1. Si morimos con él, con él viviremos.
Si sufrimos con él, con él reinaremos. (Estribillo)
2. En él están nuestras penas, en él nuestras alegrías;
En él la esperanza, en él nuestro amor. (Estribillo)
3. En él toda gracia, en él nuestra paz;
En él nuestra gloria, en él la salvación. (Estribillo)
«Muertos a todo lo que no es Dios, para no vivir más que en Dios y en Cristo.»
El Bautismo es una muerte y una resurrección.
Es una muerte, porque, como dice san Pablo: «Si uno murió por todos, entonces todos han muerto» (2 Corintios 5,14), es decir, todos aquellos que han sido incorporados a Él como miembros suyos por el Bautismo.
Porque, siendo miembros de una Cabeza muerta y crucificada, debemos también estar crucificados y muertos al mundo, al pecado y a nosotros mismos.
Es una resurrección, ya que por el Bautismo salimos de la muerte del pecado para entrar en la vida de la gracia.
Tal debe ser la vida de todos los bautizados. Y quienes, en lugar de vivir esta vida, viven la vida del mundo —que san Ambrosio llama el cuerpo del dragón—, la vida de los paganos, la vida de las bestias, la vida de los demonios, esos renuncian a su Bautismo y se hacen más condenables que los propios paganos y demonios.
¡Oh, qué cosa tan espantosa es el pecado! Apaga en nosotros una vida tan noble y preciosa como es la vida cristiana recibida en el Bautismo: vida de Dios, vida de Jesucristo en nuestras almas. Y en su lugar, instala una vida tan horrenda como es la vida pecaminosa: vida diabólica y detestable.
Detestemos nuestros pecados. Renunciemos de todo corazón a la vida del mundo y del hombre viejo.
Entreguémonos a Jesús y roguémosle que aniquile en nosotros esa vida antigua y establezca la suya.
Señor Jesucristo, Dios verdadero y vida eterna,
por tu misericordia inefable quisiste sufrir la muerte en la cruz y resucitar al tercer día,
para que los vivos ya no vivan para sí mismos,
sino para aquel que murió y resucitó por ellos;
Haz que la imagen de tu muerte y de tu resurrección esté tan presente en nosotros,
que pongamos toda nuestra gloria en tu cruz,
y que, muertos al pecado, crucificados para el mundo, renunciando a nosotros mismos,
vivamos para siempre en ti y para ti,
Señor, tú que reinas con el Padre y el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Dios, Padre de las misericordias, nosotros, familia eudista, te adoramos como origen, principio y fundamento de nuestra vida, de nuestra salvación y santificación, realizadas por tu Hijo Jesucristo, Verbo que se hizo carne en el seno de María, y continuadas por la Iglesia, su Cuerpo místico.
Te damos gracias por habernos manifestado tu misericordia en el Corazón de tu Hijo, hoguera de amor a ti y a todo ser humano, en comunión con el Corazón de la Virgen Madre. Te damos gracias por haber elegido a san Juan Eudes, «Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Corazones de Jesús y de María» para anunciar la vida y el reino de tu Hijo, proclamar las insondables riquezas de tu amor y enseñarnos a «servir a Cristo y a su Iglesia Corde magno et animo volenti», en esta escuela de santidad extendida por todo el mundo.
Te pedimos perdón por nuestras faltas contra la caridad, norma suprema y alma de nuestra familia, por nuestra falta de celo por la salvación de las almas y por no haber dado testimonio de los Corazones de Jesús y de María con una vida de santidad y espíritu de servicio, para formar entre nosotros un solo corazón.
Nos entregamos a ti, para que en este año jubilar nos dejemos transformar por el Espíritu Santo en peregrinos de la esperanza, para que renovemos la alegría de ser Eudistas, misioneros de la misericordia que viven el perdón y la reconciliación; para que seamos capaces de continuar con audacia la misión de tu Hijo Jesús, el Buen Pastor que sale a buscar a la oveja perdida en las periferias de la existencia y ofrece al mundo la ternura de tu amor.
Alabados sean por siempre, el Corazón amante y el Santo Nombre de Jesucristo, Señor nuestro, y de su Santa Madre, la gloriosa Virgen María. Amen.