El 1 de noviembre celebramos la fiesta de todos los santos con la Iglesia Universal. El Papa Francisco en su exhortación apostólica GAUDETE ET EXULTATE nos llama a la santidad en el mundo de hoy con alegría y gozo. "Porque el Señor nos ha elegido a cada uno de nosotros para que seamos 'santos e irreprochables en su presencia en el amor' (Ef 1,4)".
DIOS, TE ALABAMOS
DIOS, TE ALABAMOS, SEÑOR, TE ACLAMAMOS
¡EN EL INMENSO CORTEJO DE TODOS LOS SANTOS!
1/ Por los apóstoles que llevaron tu Palabra de Verdad,
por los mártires llenos de fuerza cuya fe no vaciló:
2/ Por los Pontífices que mantienen unida a tu Iglesia
Y por la gracia de tus vírgenes que revelaron tu santidad:
3/ Por los Doctores en quienes brilla la luz de tu Espíritu,
Por los Abades cuyas colmenas están llenas, celebrando tu Nombre día y noche:
4/ Con los santos de todas las edades, como tantos hermanos mayores,
en quienes se derraman sin escatimar los dones de tu caridad:
5/ Por tantas manos que vendan heridas en memoria de tus dolores;
por la amistad dada a los pobres como más cercana a tu corazón:
6/ Por tantos pasos en las largas llanuras en busca de los perdidos,
por tantas manos lavando almas en las fuentes de la Sangre derramada:
7/ Por tanta esperanza y tanta alegría, más tenaces que nuestras fechorías;
por tanta lucha por la justicia, por tanta lucha por tu Paz:
8 / Por las oraciones y ofrendas de los fieles unidos en ti
y por el amor de Nuestra Señora, nuestra Madre al pie de la Cruz.
9 Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos;
10 y clamaban a gran voz, diciendo:
«¡La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero!»
11 Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios,
12 diciendo:
«¡Amén! La bendición y la gloria y la sabiduría,
y la acción de gracias y la honra
y el poder y la fortaleza,
sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. ¡Amén!»
13 Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: «Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?»
14 Yo le dije: «Señor, tú lo sabes». Y él me dijo: «Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.
15 Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos.
16 Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno;
17 porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.»
1. Debemos adorar a Jesús en ellos; porque Él es todo en ellos. Él es su ser, su vida, su santidad, su felicidad y su gloria. Debemos darle gracias por la gloria y la alabanza que se ha concedido a sí mismo en ellos y por medio de ellos, y darle gracias más que por las gracias que nos ha comunicado a ellos y por medio de ellos a nosotros, porque el interés de Dios debe sernos más querido que el nuestro. Debemos ofrecerle todo el honor y el amor que sus santos le han demostrado, y pedirle que nos haga partícipes de ese mismo amor y de todas sus demás virtudes. [...]
2. Cuando nos dirigimos a los santos, debemos humillarnos ante ellos, considerándonos muy indignos de pensar en ellos, ni de que ellos piensen en nosotros; darles gracias por los servicios y la gloria que han prestado a Nuestro Señor; ofrecernos a ellos, y rogarles que nos ofrezcan a Jesús y que le rueguen que destruya en nosotros todo lo que le desagrada, y que nos haga partícipes de las gracias que les ha dado. Y rogarles que le honren y le amen por nosotros, que le devuelvan por nosotros, centuplicado, todo el amor y la gloria que debiéramos haberle dado en toda nuestra vida; que nos asocien al honor y a la alabanza que le tributan en el cielo, y que se sirvan de nosotros para honrarle y glorificarle del modo que les plazca.
Párrafo 15
“Deja que la gracia de tu bautismo dé fruto en un camino de santidad. Permite que todo esté abierto a Dios; para ello, opta por Él, elige a Dios una y otra vez. No te desanimes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5, 22-23). Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: ‘Señor, soy un pobre pecador, pero Tú puedes hacer el milagro de hacerme un poco mejor’. En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad. El Señor la ha colmado de dones con su Palabra, los sacramentos, los santuarios, la vida de las comunidades, el testimonio de los santos y una belleza multiforme que proviene del amor del Señor, «como una novia que se engalana con sus joyas» (Is 61, 10).”
Párrafo 150
“En el silencio es posible discernir, a la luz del Espíritu, los caminos de santidad que el Señor nos propone. De lo contrario, nuestras decisiones pueden ser solo adornos que, en lugar de exaltar el Evangelio en nuestras vidas, lo cubren o lo sofocan. Para todo discípulo es indispensable estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él, aprender siempre. Si no escuchamos, todas nuestras palabras no serán más que ruido inútil.”
Dios mío, ¡tu plan es que todos seamos santos!
Tú nos llamas a entrar en el misterio de la Trinidad, en ese gran movimiento de vida, alabanza y amor que es tu mismo ser, Padre, Hijo y Espíritu.
Fijémonos en los santos, los que vivieron antes que nosotros. Ellos adoraban al mismo Dios, compartían la misma fe, la misma esperanza, meditaban el mismo Evangelio.
Eran hombres y mujeres como nosotros, de carne y hueso como nosotros, frágiles como nosotros.
Pertenecemos a la misma Iglesia, tenemos el mismo Salvador, Jesucristo.
Dios mío, tú conoces nuestras fragilidades, nuestras tentaciones, y sin embargo quieres para nosotros este esplendor de la vida. Nos permites entrar en una maravillosa alianza contigo.
¿Y si hoy empezamos a ser santos? A vivir sólo para ti, Señor, y a conducir a los demás con nosotros hacia esta felicidad.
De izquierda a derecha: Raul Ortega, Martha Cardona, Doris Flórez, Estela Pino (coordinadora) y Aicardo Tamayo
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