Hermanos y hermanas del Corazón de Jesús y de María, reciban el akwaba (saludo) fraterno de la comunidad de Asociados Eudistas y Amigos de Abatta en Costa de Marfil.
En el espíritu de San Juan Eudes, dedicamos la oración interprovincial de este mes de septiembre de 2024, a San Javier, obispo y mártir (Común de Mártires).
Dispongamos nuestros corazones a vivir esta oración en comunidad, rogando por la libertad, la justicia y la paz en África.
"Consideraré que el amor con que Dios me amó antes de que yo fuera, no sólo es eterno, por haberme amado desde toda la eternidad, sino que es continuo, inmutable y muy constante. Pues desde que comenzó a pensar en mí y a amarme, aunque sin principio, no ha cesado; no ha habido interrupción en su pensamiento sobre mí ni en su amor por mí; su mente y su corazón han estado siempre dedicados a mí". (O.C. II, 137). "Con amor eterno me ha amado desde antes de nacer. Siempre me ha llevado en sus brazos y en su corazón con un amor más grande que el de una madre por su hijo". (O. C. II, 57)
En aquel tiempo un fariseo le rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando Jesús en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora. Jesús le respondió: Simón, tengo algo que decirte. Él dijo: Di, maestro. Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más? Respondió Simón: Supongo que aquel a quien perdonó más. Él le dijo: Has juzgado bien, y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies.
Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Y le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. Los comensales empezaron a decirse para sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? Pero Él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
El don que Dios nos hace del ser y de la vida, el don que nos hace de toda la creación, son las primicias y los signos del don que nos hace de sí mismo. Dios se nos da y nos atrae hacia sí para que le poseamos en el amor. La llamada a este tipo de trascendencia suscita conflictos en nuestro interior. La excesiva atención a los dones nos aleja a veces del dador y, sin embargo, ninguna realidad creada puede satisfacernos. Es Dios mismo quien ya se nos ha impuesto como objeto de nuestra contemplación y de nuestros deseos.
Y desde entonces, sus ojos paternales han estado siempre fijos en ti, según estas palabras: Tendré fijos en ti mis ojos (Sal 31, 8); su mente ha estado continuamente ocupada en pensar en ti; su corazón ha estado perpetuamente aplicado a amarte; su poder, su sabiduría, su bondad han sido incesantemente empleados para protegerte, conducirte y hacerte infinidad de bienes, tanto corporales como espirituales.
Y, después de todo esto, te promete que, si eres fiel a los pactos de tu Contrato, serás su heredero en el cielo, y coheredero con su Hijo; y que poseerás eternamente bienes tan grandes y admirables que jamás han sido vistos por ojo alguno, ni oídos por oído alguno, ni comprendidos por mente alguna. Esto es lo que te ha prometido este divino Padre.
"Oh gran Dios, te adoro
y te amo en todo lo que eres.
Oh, qué alegría da a mi corazón verte tan grande
y tan lleno de toda clase de bondad y excelencia.
Si yo mismo poseyera todas estas grandezas
quisiera despojarme de ellas para revestirte con ellas."
(O. C. II, 165)
Señor Dios, que nos permites venerar la memoria de san Javier, tu mártir; concédenos alegrarnos con él en la eternidad bienaventurada. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos.
Centro de espiritualidad Abatta, ABIDJAN, COSTA DE MARFIL